Difunta Correa
La Difunta Correa es una figura mítica de Argentina y de Chile por la que algunos argentinos y chilenos sienten devoción. Posee un santuario en la localidad de Vallecito, en la provincia argentina de San Juan, donde miles de creyentes la visitan diciendo agradecerle la promesa cumplida.
.:__Historia__:.
Se conservan diversas versiones de la leyenda, conforme la cual Deolinda Correa (o Dalinda Antonia Correa, según el nombre con el cual aparece mencionada en el relato más antiguo (Chertudi y Newbery, 1978)), fue una mujer cuyo marido, Clemente Bustos, fue reclutado forzosamente hacia 1840, durante las guerras civiles entre unitarios y federales. A su paso por la aldea de Tama, provincia de La Rioja -donde vivía la familia- la soldadesca montonera que viajaba rumbo a San Juan obligó al marido de Deolinda, contra su voluntad, a unirse a las montoneras. Esto hizo que Deolinda, angustiada por su marido y a la vez huyendo de los acosos del comisario del pueblo, decidiera ir tras él.
Deseosa de reunirse con su esposo en San Juan, tomó a su hijo lactante y siguió las huellas de la tropa por los desiertos de la provincia de San Juan llevando consigo sólo algunas provisiones de pan, charque y dos chifles de agua. Cuando se le terminó el agua de los chifles, Deolinda estrechó a su pequeño hijo junto a su pecho y se cobijó debajo de la sombra de un algarrobo. Allí murió a causa de la sed, el hambre y el agotamiento. Sin embargo, cuando los arrieros riojanos Tomás Nicolás Romero, Rosauro Ávila y Jesús Nicolás Orihuela, pasaron por el lugar al día siguiente y encontraron el cadáver de Deolinda, su hijito seguía vivo amamantándose de sus pechos, de los cuales aún fluía leche. Los arrieros, que conocían a Deolinda puesto que eran vecinos de Malazán, donde ella era muy querida por sus virtudes y buenas acciones, la enterraron en el paraje conocido hoy como Vallecito y se llevaron consigo al niño hacia La Rioja. En la primera jornada de camino, el niñito empezó a enfermarse y falleció. Los arrieros regresaron a Vallecito y lo enterraron junto a su madre.
Otras versiones difieren acerca de la suerte que habría corrido el hijo de la Difunta. Según una interpretación, habría sido criado por una familia del lugar y habría fallecido de viejo. Según otra, "no se supo de la suerte corrida por el pequeñuelo" (Viviana Apolonia del Brutto en "Símbolos y fetiches religiosos en la construcción de la identidad popular", Rubén Dri (coordinador) Tomo 2, Buenos Aires, Biblos:2007). También existen diferencias acerca del marido de Deolinda: algunos versiones indican que lo mataron las montoneras, otras, que regresó después de ocho o diez años al que fuera su hogar.
Al conocerse la historia, muchos paisanos de la zona comenzaron a peregrinar a su tumba, construyéndose con el tiempo un oratorio que paulatinamente se convirtió en un santuario. La primera capilla de adobe en el lugar fue construida por un tal Zeballos, arriero que en viaje a Chile sufrió la dispersión de su ganado. Tras encomendarse a Correa, pudo reunir de nuevo a todos los animales.